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Luis Miguel Villar Angulo

Indicios de un estado de preocupación universitaria

Indicios de un estado de preocupación universitaria

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Indicios de un estado de preocupación universitaria.

Los indicios de un estado de preocupación universitaria aluden a señales que nos permiten deducir la existencia de algún temor. Por ejemplo, según muchos índices de empleo, los egresos de las universidades españolas no se ocupan en puestos relacionados con su titulación.

Igualmente los indicios de un estado de preocupación universitaria apuntan a la ejecución de una acción institucional de la que no se tiene un conocimiento directo. Por ejemplo, las mejores universidades españolas manejan parámetros de salud institucional, sin que se tengan indicios de las motivaciones del profesorado internacional para trabajar en ellas.

A tenor de estas descripciones de indicios, los signos que hemos seleccionado para esta entrada refieren  cuestiones universitarias que han formado parte de promesas desde antaño prospectadas: el rediseño de pruebas para el acceso de estudiantes a la universidad, los procesos de innovación universitaria en la era digital o el posicionamiento de las universidades españolas según rankings.

Rediseño de pruebas para el acceso de estudiantes a la universidad

El mes de junio de cada año es muy proclive a los anuncios de cambios educativos en las pruebas de acceso de los estudiantes a la universidad. La prensa se hace eco de modelos universitarios alternativos auspiciados desde instituciones extranjeras que modifican los parámetros de selección de los estudiantes.

A las capacidades académicas (en nuestro país, pruebas de Evaluación del Bachillerato para Acceso a la Universidad, EBAU), gobiernos de otros países han añadido supuestos selectivos a las pruebas tradicionales para elegir las cohortes de aspirantes universitarios basados en indicadores de financiación familiar o de contexto social del centro escolar donde han estudiado previamente los alumnos.

Asimismo, existen indicios selectivos utilizados en países de cultura anglosajona como predictores del futuro éxito académico que parecen empíricamente irrevocables: pruebas que miden la preparación o disposición de los estudiantes hacia las enseñanzas universitarias, puntuaciones logradas en asignaturas de Bachillerato o resultados de pruebas estandarizadas para la admisión en los centros universitarios, que evalúan tu futura capacidad de aprendizaje (Scholastic Assessment Test, SAT). En efecto, el SAT mide la comprensión lectora, la escritura y las matemáticas y la redacción de un ensayo, como prueba optativa, evidenciando su validez por la alta correlación con la puntuación media obtenida en el primer curso de los estudios de un grado.

El rediseño de las pruebas de acceso a la Universidad debería asociar distintos indicios para la elección de las enseñanzas de Grado. Además de las notas de corte de la EBAU, se podrían sumar índices sobre la capacidad lectora basada en la evidencia, la escritura o las matemáticas (Nueva puntuación EBAU). Esta hipotética situación ayudaría a comprobar si una muestra estudiantil seleccionada para un Grado diferiría de otra muestra poblacional que accediese a un Grado solo con la nota de corte de la EBAU. Estas señales de adición de evidencias parecen tener más prospectiva que las cartas de recomendación para la selección de los estudios universitarios o el contexto personal o social de un aspirante universitario.

Conjeturas alarmantes sobre procesos de innovación universitaria en la era digital

Los guiños de autoridades académicas y profesores universitarios sobre procesos de innovación para las universidades españolas del siglo XXI son como destellos que se cuelan en las rendijas de un edificio institucional construido en granito. Ninguno de los indicios traspasan la piel institucional salvo que la brindada ley de universidades incluya normas de construcción más porosas revestidas de raspas de luz.

Insignes políticos y académicos repiten palabras huecas: globalización y revolución tecnológica; conspicuos profesores redundan en conceptos harto sabidos que siempre anidan en la sombra de las reformas: financiación pública, autonomía y nuevas inversiones en I+D+i. Cualquiera de esos conceptos ha repercutido hasta ahora de manera insubstancial en el registro de patentes y software o en la transferencia de bienes a la sociedad.

Los grupos de investigación creados en las universidades padecen la burocracia universitaria en sus proyectos de trabajo, incluso en los contratos o convenios con otras empresas e instituciones. Si uno midiera la eficiencia de los grupos de investigación por el número de empresas creadas como resultado de investigación, las cifras serían vulgares. Igualmente, la producción científica de los grupos en el ámbito internacional es tan exigua que apenas se mueve ese indicador con el paso de los años.

La estructura personal de ciertos grupos de investigación está conformada por el talento de minorías de funcionarios universitarios que han dirigido tesis doctorales y que han contratado en el mejor de los casos predoctorandos procedentes de convocatorias competitivas. Son estructuras débilmente cohesionadas. Únase a esto la retribución del personal universitario por méritos de investigación que mira los sexenios (hasta seis posibles) como complementos salariales emparejados a publicaciones en revistas indexadas en Scopus o la Web of Science. La prolificidad de revistas científicas que pretenden mejorar sus credenciales en los índices ha ido en aumento y los editores de revistas científicas posicionadas tienen prerrogativas que los convierten en fuerzas emergentes que otorgan la excelencia universitaria. Y nadie discute la solvencia de los editores o jueces anónimos en cada criba de artículos de las revistas. 

Como polvo enardecido por el eco de las reuniones de consejos internacionales se desparrama la idea de la gobernanza que unida a la autonomía proclama flexibilidad para entallar el estatus de las plantillas del profesorado que evite el envejecimiento o la endogamia funcionarial. La gobernanza o el liderazgo universitario igualmente sometido a la preocupación por los cambios en los estatutos de cada universidad. 

A despecho de propiciar las mentes políticas la idea de la globalización se olvidan de una de las promesas connotadas en la reforma de los grados que no han llegado a prestigiarse suficientemente: los reiterados grados 3+2 frente a los realzados 4+1 siguen distorsionando la visita de estudiantes extranjeros a nuestro país, que, además, usan únicamente el inglés como lengua vehicular para sus estudios académicos.

De manera similar, los profesores extranjeros no están motivados para trabajar en grados de las universidades públicas españolas o al menos se desconocen estudios sobre las causas razonadas para contratar profesorado extranjero con talento, como otros sondeos han difundido, por ejemplo, en Japón donde el 77% de las universidades son privadas (Huang, 2017). Manteniéndome en los datos de este estudio, 5,351 profesores extranjeros fueron contratados hacia 2016 en las ramas de Humanidades y Ciencias Sociales de universidades privadas, particularmente vinculados con la enseñanza de inglés.

El reclutamiento de estudiantes para una enseñanza en línea no parece que haya transformado ni la infraestructura de los campuses, ni los procesos de enseñanza-aprendizaje de los Grados. La era digital como indicio está en el estadio de mezcla posible con la enseñanza presencial. 

Indicios neurálgicos del posicionamiento en rankings de las universidades españolas

EInstituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) tiene como meta reducir comprensivamente los indicadores a través de los cuales se establece el rango mundial de las universidades (Ranking de Shanghai) que tan débilmente posiciona la calidad de las universidades españolas.

La séptima edición de Indicadores Sintéticos de las Universidades Españolas contiene un glosario de indicadores con tres dimensiones (docencia, investigación, e innovación y desarrollo tecnológico) y cuatro ámbitos para cada dimensión (recursos, producción, calidad e internacionalización) que culmina con la definición  de una treintena de indicadores, aproximadamente. Aunque los periodos estudiados no suelen ser coincidentes como tampoco las fuentes o la desegregación de las dimensiones, los autores analizan 11 posiciones de universidades públicas y el ranking igualmente de las universidades privadas españolas.

Algunos indicadores (por ejemplo, la nota de corte de un grado en el ámbito de calidad y en la dimensión de docencia) lo hemos debatido al principio de esta entrada por cuanto ofrece una visión cuantitativa y estricta de un proceso de admisión, cuya validez como correlato de calidad sería discutible si no se comprueba el efecto una vez finalizado el primer curso de un Grado.

Asimismo, y en función de lo comentado anteriormente sobre el valor de los editores y editoriales de las empresas de divulgación científica, los autores del informe IVIE se decantan por el porcentaje de publicaciones en el primer cuartil de relevancia dentro de la clasificación de las revistas por áreas de Thomson Reuters, sin cuestionarse la bondad o no de dicho sistema.

Los indicios vinculados a los procesos evaluativos de los estudiantes en línea (tasas de éxito, evaluación o abandono) se deberían contextualizar por la calidad asociada a cada universidad cuando ésta reclute estudiantes que estando inscritos en un campus universitario no van presencialmente a la universidad.

Los indicios de un estado de preocupación universitaria, en fin, pueden durar tiempo y coexistir con señales de pretendida racionalidad. Basta que los indicios caminen por los prontuarios de recetas políticas para que los espectadores, yo al menos, nos sumemos a un nuevo estado de desasosiego.

 

Luis Miguel Villar Angulo

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