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Luis Miguel Villar Angulo

¿Ves el rango de tu universidad?

¿Ves el rango de tu universidad?

 

El ambicioso espacio europeo de Bolonia que adornaba el currículo de la universidad había elevado el vestíbulo de los grados hasta formar una escalera por la cual discurrían en número decreciente los estudiantes. La  puerta abierta de la reforma universitaria se cerraba con otra acristalada de doctorado que era una especie de invernadero donde se avizoraban las ramas de las profesiones de las que colgaban los empleos.

¿Ves el rango de tu universidad?

A través del deambulatorio de Bolonia que había angostado las aulas, estrechado la teoría, encajonado el Prácticum, apretado las competencias, se vigilaba la puerta estrecha de la eficacia organizativa. Pero el rango de la universidad a nivel mundial no se posicionaba. Ni se avistaba entre las quinientas mejores instituciones de educación superior. Eso sí. Las universidades que viajaban por el cosmos de Bolonia se habían desahogado creando agencias regionales y nacionales que calibraban la calidad de los grados, cronometraban los tiempos de seguimiento de las reformas y arqueaban o enderezaban los cambios. Era una novedad que había decaído en monótona inercia.

Total: ni se modernizaba la calidad de la universidad ni ascendía su rango. Aunque se habían multiplicado las prédicas en congresos y seminarios sobre la responsabilidad institucional de toda la comunidad universitaria, la evaluación internacional situaba a la universidad en los últimos escalafones de la liga. Cuando se atisbaban los indicadores establecidos del panel comparativo, la universidad se turbaba. No era competitiva. Todo se tambaleaba. No había servido de mucho la internacionalización del campus, los intercambios de estudiantes en el programa Erasmus, la masificación de estudiantes en las aulas, la incorporación de la mujer en los centros de investigación y cuadros directivos, las revisiones de los grados, las prácticas externas en empresas o las exigencias de investigación y publicaciones del cuerpo docente, cuya savia no latía en los foros de reconocimiento de las supuestas revistas de impacto.

Rango y modernización

La modernización de la universidad necesitaba un ajuste reputado, un sistema educativo diáfano y una cultura social serena. La excelencia llenaba el pensamiento político de los gobernantes, pero la eminencia universitaria no era solo cuestión de palabras. La bruma de la grandiosidad verbal ocultaba la producción, y la actuación no apuntaba nuevos conocimientos logrados en el capital humano o nuevos talentos empresariales.

La reestructuración universitaria no había beneficiado la investigación. Las finanzas congeladas de la universidad y de algunas comunidades no tranquilizaba el cuerpo docente que advertía por el contrario un crecimiento anual de las horas de docencia: sin duda mal repartidas en el horario semanal y abiertas a disciplinas que cambiaban anualmente según el puesto académico. Los flecos de los créditos para cuadrar las cargas laborales se sometían a arbitrajes en ámbitos donde las decisiones democráticas se hacían al albur de supuestos, interesados o democráticos, pero las más de las veces inconsistentes en las programaciones anuales. En la antecámara a una oposición de funcionario, los contratados se arracimaban alrededor de un árbol iluminado, aspirando a sorber aromas de colegialidad.

Tiempo y Mujer

Allí acababan la canción del doctorado, silenciando el desgarro de los sermones políticos, las promesas de innovación y observando el crecimiento de la burocracia interna. Las dificultades laborales crecían en las mujeres que se implicaban menos en las investigaciones aplicadas que requerían salidas al campo, o mayor permanencia en los laboratorios de investigación.

El tiempo tasaba todo: las reuniones, los debates o los seminarios. Cada lapso invertido en una actividad era como la luz de un reverbero, sin refracción de ganancia no había negocio. Parecía mejor inversión un asunto cualesquiera en el ambiente familiar que el gasto en tareas de gestión o de hiper-racionalización de procesos de investigación cuyos frutos se veían tras años de competición, de control de informes científicos y otros fiscales de financiación.

Economía del conocimiento y producto interior bruto

En esta tesitura, las mujeres investigadoras abandonaban por fragilidad moral o resistían por obstinación. Cuando se mantenían, encarnaban mejor que nadie la economía del conocimiento: el número de alumnas crecía en la mayoría de las titulaciones y su graduación también. Faltaba que pusieran el conocimiento y la información en circulación. Y que lo intercambiaran más allá del doctorado, que habían desatendido por edad, condición matrimonial, cambio de universidad, permuta de línea de investigación, financiación económica o por la dirección de una investigación. En ese grado académico quedaban sobrevivientes, mujeres y hombres, recluidos por el amor a la investigación, empobrecidos por las cuantías de las becas, o tensionados por las obligaciones de las ayudantías. El compromiso profesional no se rellenaba en la hojarasca escrita de un proyecto. Era una ruta voluntaria que conducía al futuro de uno mismo.

Rango y conocimiento global

El capitalismo académico se movía con tres aspas: universidad-industria-gobierno. El crecimiento económico del país dependía de los recursos materiales e inmateriales de las universidades cuyos hombres con talento no podían ejercer su mejor conocimiento en industrias extranjeras. El conocimiento era global como la emergente economía del conocimiento. Y universal empezó a ser la cultura comparativa de las instituciones de educación superior. Cada poco tiempo llegaban los rangos a las universidades y a los periódicos. El claustro académico miraba con un catalejo el trecho que distanciaba su centro de las universidades excelentes americanas, inglesas, alemanas y de países del extremo oriente. Pero se olvidaba de mirar con lupa el impacto de la clasificación de la universidad en el producto interior bruto de la comunidad o el país.

En los inicios de curso se repetían los discursos académicos, como mítines de campaña o cantinelas parlamentarias: crecimiento de las matriculaciones como factor de mejora económica, y punto. Las autoridades no querían tomar como referencia de indicador ninguno de los que utilizaba el Academic Ranking of World Universities (ARWU), porque se quedaban sin palabras. Con un ejemplo les bastaba. ¿Cuántos estudiantes con el título de licenciado, máster o doctorado habían ganado un Premio Nobel en Física, Química, Medicina o Económicas o una Medalla en el Campo de las Matemáticas en su institución? No era una veleidad cuando se apresuraron a buscar un nuevo pretexto de acción investigadora: había que estudiar la relación entre investigación universitaria y desarrollo económico de la comunidad. Seducidos por esa necesidad social, pensaban que los resultados de esa correlación levantarían nuevas hipótesis de trabajo comprometidas para académicos y ciudadanos.

En ese azaroso proceso de destilación científica despertaría en el cuerpo docente la motivación interna por el aprendizaje permanente como esencia de la identidad universitaria. Y ese valor sería su mejor rango.

¿Ves el rango de tu universidad?

Luis Miguel Villar Angulo

 

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