CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Dilución mentora

Dilución mentora.

La dilución mentora ocurre cuando una organización universitaria despliega personas adicionales en todas las áreas de conocimiento, distintas por edad, género y estatus académico que aumentan la percepción de liderazgo en la institución. Quita potestad a los equipos de gobierno y distribuye el poderío entre las personas.

Una persona docente e investigadora (PDI) mentora de una organización universitaria se abre en una nueva disposición para tolerar la complejidad de la enseñanza en áreas de conocimiento, supervisa trabajos de investigación de jóvenes graduados, comparte el conocimiento con grupos de investigación distintos del propio, establece relaciones interpersonales en las redes sociales y construye su identidad profesional en un estilo de compromiso relacional amplio y holístico con sujetos beneficiarios.

En algo se sienten peritos, gracias a la edad, los profesores eméritos y jubilados: su palabra y consejo son su nueva adicción; arrebatados por cándidos recuerdos de la enseñanza, destilan desconciertos y disfunciones de la profesión universitaria, olvidan las confidencias de colegas en las reuniones de órganos colegiados, emiten opiniones a la audiencia saliendo al paso de las dudas de los becarios y profesores asociados que manifiestan anemia funcional en la gestión de la enseñanza y la investigación. Está claro para ellos que la mentoría no es una palabra hueca: se perfila sobre un modelo de infusión de relaciones interpersonales humildes. Y no resulta difícil percibir su principio: compromiso permanente con las personas para descubrir las llaves ocultas que abren sus futuros.  

¿Quién necesita un mentor? En general, las perspectivas de cada PDI decide su elección. A quien le urge acreditar el título de doctor se le oirá que necesita un director que le escuche y asesore. Con la creación de universidades privadas, el auge de su profesorado es creciente. Pero también evolucionan las necesidades académicas, como la titulación. De hecho, el 47,5% era profesorado no doctor en el curso 2014-2015. Hoy en día un título académico decide una contratación y en su caso una transformación profesional. Y el cambio se hace fabricando artículos o aguardando beneplácitos de comités editoriales para las publicaciones. De paso, el ratio estudiante por profesor en las universidades privadas es más alto (31,9%) que en las públicas (17,3%). Aunque la ratio como elemento de análisis no indique solvencia docente sino tesorería institucional, incrementa la complejidad de la transformación académica y acrecienta las expectativas vocacionales de los mentorizados.

Pero, ¿qué necesidad hay de una dilución mentora? Bastaría anotar dos datos sobre el profesorado titular de universidad. Uno que la media de sexenios de ese cuerpo docente es 1,6, y otro que el 52,4% supera los 50 años de edad. En otra figura profesional, catedrático, el 43% de los catedráticos tienen más de 60 años y el 87,3% más de 50. Con esta textura profesional, el sistema universitario debe propiciar intercambios de impresiones intergeneracionales. La cultura de la mentoría es una estrategia autorreproductora que libera tensiones.

El trajín de la mentoría presencial o de la telementoría tiene beneficios de aprendizaje y costes indirectos. Cambian deprisa sus técnicas como otras formas inventivas de liderazgo, coaching o experticidad, y así manejando tantos términos en el arte de la excelencia organizativa, bien se justifica la pluralidad semántica existente para otorgar significados personificados a la relación de ayuda entre personas. En fin, la mentoría es una doctrina que cuenta con adeptos, una creencia con difusas acepciones entre practicantes, como la solvente expresión: amigo crítico.

LMVA & Lumivian

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Luis Miguel Villar Angulo