La desconexión del estudiante es el antónimo del compromiso académico.
El objeto de este post no es desgastar más la naturaleza de un grado académico universitario que se hizo mayor en la “Città creativa della música”, sino que se dirige a un problema de aprendizaje más profundo. No es una consideración psicológica de lo que es el aprendizaje en sí, desligado de otras formas del entorno académico, como la participación estudiantil en la toma de decisiones, la responsabilidad del estudiante en el éxito personal o la medición del esfuerzo proporcionado a las tareas de las materias de los distintos campos científicos.
Se refiere, precisamente, al compromiso del estudiante que se reviste de comportamientos positivos en las actividades académicas, que influyen en el dominio de las tareas de aprendizaje. El compromiso emotivo de un estudiante igualmente alcanza a conectarlo positivamente con sus profesores y compañeros en la colaboración de trabajos de investigación, en la asistencia a sesiones prácticas de las materias y en la evitación, cuando el compromiso es negativo, de la interrupción o el boicot a las tareas planificadas en las guías docentes aprobadas en los consejos de departamento.
¿Existe un compromiso negativo ante la nueva cultura de los estudios de segundo ciclo, másteres oficiales, homologados a nivel europeo, que dan acceso al doctorado, y están orientados a la investigación?; o más bien, ¿a los másteres propios, que no redundan en una habilidad de tesis sino en una pericia empresarial?
Estas interrogaciones sobre los másteres para el inicio de una carrera profesional se presentan en un momento en que el compromiso juvenil se descompensa y brota en su ausencia la desconexión del estudiante, un estado latente que aparece y desaparece en función de la tarea, materia, profesor, semestre o curso entero. La desconexión intermitente de las actividades de una materia es una forma de anticipar la desidia estudiantil con el consiguiente riesgo de abandono de una materia para otra convocatoria de examen (dicen: “esta asignatura la dejo para septiembre”).
La desconexión del estudiante es el antónimo del compromiso académico y de aprendizaje. ¿Cuál de las dos construcciones ocurre con más frecuencia en el primer curso de una titulación universitaria? Hay que distinguirlas, vertebrar sus coloraciones y, después, sutilizando más los colores, pintar las formas de los programas que remedian la desvinculación con valores puramente plásticos.
Carácter
El profesor, mentor u orientador debe trabajar el carácter del estudiante. Tiene que desviar emociones que puedan suscitar el prefijo negativo des que es muy productivo en el lenguaje y fértil en la comunicación de los jóvenes: desafecto, desapego, desvergüenza o desconexión.
Esta inversión de la acción deseada (afecto, apego, vergüenza, conexión) o del estado precedente del estudiante… ¿es una pauta generacional?, ¿es un resentimiento ante el paro laboral que los amenaza en un futuro no muy lejano?, ¿es el aburrimiento diario de las clases teóricas cargadas de actividades intelectuales que son solo palabras?, ¿es la desvinculación la falta de agitación interior para participar en las tareas de clase, en aprovechar actividades extracurriculares relacionadas con las materias, la titulación o el ambiente universitario?
El estudiante que pierde toda relación con el mundo universitario vive en la inercia, la apatía, la desilusión. Pierde todo el sentido de idealismo distinguido en el ambiente universitario. No exterioriza participación en la comunidad universitaria: ni busca oportunidades de aprendizaje ni tiene sentido del conjunto de la vida social de la institución universitaria.
La desconexión del estudiante es igualmente una incomprensión emotiva de la obra docente y de otros sectores de investigación de la vida universitaria. Es una indiferencia, incluso, ante los eventos sociales que promueven sus compañeros en clubes o comités, excepto si estos se vinculan a actividades de sindicación política de ámbito estatal o de la comunidad o a participaciones deportivas competitivas.
Instalados en otras posiciones sociales arrebatadas, se desvinculan de los valores educativos porque el estudio solo ofrece notas y títulos de escasa meritocracia; se desligan de conductas de estudio invirtiendo menos tiempo y esfuerzo en el dominio de una tarea; se desconectan del trabajo en grupo porque no quieren interactuar con compañeros que se aprovechan del esfuerzo ajeno.
Saben que si se desconectan no participan, pero creen más en sus posibilidades de creación inteligente. Y sin embargo, viven con intensidad los apuros de calendario al finalizar los semestres o los cursos académicos, porque deslizan la apatía congénita que los ha arrastrado en su proceder escéptico y sarcástico de estudiante individualista que boicotea las tareas o las cuestiona con intención reformadora, redefiniendo los parámetros de las tareas para salvar cognitivamente su indolencia.
Alienación
La desconexión de un estudiante es un estado de enajenación conductual: trabaja fuera del grupo para hacer una tarea en la que debería estar involucrado asumiendo que no se hace con el canon de su propia epistemología. Una alienación que parece una tesis postmoderna impulsada por el contexto sociopolítico. El estudiante entra como un extraño en el ambiente universitario de primer curso y poco a poco va disolviendo su naturaleza “anti-instituto de educación secundaria” hasta la docilidad efímera impuesta por las evaluaciones y los “suspensos”.
Las expectativas no se cumplen en el primero o segundo año de una titulación. Cerrado el currículo de una materia con anterioridad al inicio de curso, la composición del cuadro académico de un curso o una titulación es otro factor que estresa la condición psicológica, escéptica, de un estudiante que vive su humanidad sin importarle el caos en que vegetan sus compañeros ante la complejidad de problemas desconocidos.
Autoestima
Justamente, de la baja motivación por una carrera es de donde proviene el agotamiento de las tareas, la incertidumbre de futuro y un ambiente enrarecido en la familia. Porque no recobran la autoestima aquellos estudiantes que se ven presionados por los padres para continuar la carrera que ellos han elegido. En silencio, encerrándose en sí mismos, reconocen que no están preparados para la educación superior.
Deserción
La incompatibilidad de los estilos de aprendizaje respecto de la educación secundaria pasa factura. La deserción universitaria crece en mayor número cuando los estudiantes anidaron en una atmósfera de exigencia pasajera, sin abrir una sola interrogación, sin suscitar una duda metódica, o sin proferir un juicio razonado de valor.
Pero su desconexión se agrava cuando pasan tiempo ejecutando tareas remuneradas y no competitivas fuera de la universidad. Así, los estudiantes reducen su tiempo de estudio, trabajan en campillos de investigación que demandan trabajos de campo, cubren gastos ordinarios de su vida de ocio, pero distraen su intimidad para el estudio.
La desconexión de los alumnos internacionales que hacen intercambios universitarios con programas europeos no toman conciencia suficiente de los problemas organizativos y culturales que impone el currículo de las materias que cursan los estudiantes nativos. Las clases numerosas, la ratio profesor/estudiantes en los cursos del primer ciclo, la falta de tutores, mentores, orientadores reducen los contactos cara a cara y las conexiones a chats de internet de orientación académica requieren incrementos en las cargas horarias de los profesores que no se computan como carga lectiva. Y el profesor se dedica a dar clase, no a mantener chats.
La docencia puede ser motivo de desconexión, un nuevo factor desencadenante de distanciamiento estudiantil. La falta de entusiasmo docente, la inaccesibilidad de los contenidos disciplinares, las raíces profundas de la información manejada en los programas retan a los estudiantes que necesitan nuevos resortes para mantener la atención y sellar nuevos ritmos de aprendizaje.
¿Compromiso universitario o desconexión del estudiante? La desconexión universitaria es la nada del aprendizaje. Tener compromiso es adquirir un contorno, una fisonomía, un espacio conceptual y emotivo que resuene como fuerza actuante del estudiante.