Cuatro aristas universitarias: firmeza de carácter, pragmatismo, facilitación y retroacción.
El borde superior de la fachada de aquella universidad anónima era una línea recortada con perfiles que dibujaban sombras en la firmeza de carácter de los estudiantes, intereses en el materialismo y pragmatismo de los grados, coordinación para la facilitación del desarrollo profesional docente, y tiempos y fuentes de retroacción para la solución de problemas de aprendizaje.
Reconocían los estudiantes y los profesores que el edificio del modelo universitario tenía problemas estructurales y organizativos cuyas aristas no las habían podido resolver las autoridades académicas siguiendo las instrucciones de la agencia nacional de evaluación.
Firmeza de carácter
Los estudiantes de primer curso sabían que la firmeza de carácter de un aprendiz era el estribo que sustentaba la información bio-demográfica de un novicio, como si fuera la armadura empleada para resistir los esfuerzos de los exámenes y la tensión en la comprensión de las materias.
Por entonces, algunos investigadores se habían propuesto analizar si la pasión y la perseverancia de los jóvenes universitarios en los estudios a largo plazo eran congruentes con las medidas de acceso a la universidad.
Los estudiantes de Bachillerato confiaban en el promedio de las notas obtenidas en sus clases para acceder con éxito a la universidad; y al suponer sus habilidades cognoscitivas, vaticinaban su admisión institucional.
Las notas de un bachiller y las pruebas de acceso presentían la puntuación del primer año universitario. Un augurio que se fundamentaba en los sesgos culturales de las pruebas de acceso. Pero ambas – notas y pruebas – eran una invocación, una llamada a explicar la puntuación promedio del primer año universitario que desgraciadamente solo justificaba un 25% de la misma.
La búsqueda de una medida amplia, de generoso espectro, que no se apoyara en el dominio cognoscitivo y que irradiara conocimiento sobre una variedad de resultados de aprendizaje había sido una sombra que latía en las oficinas y negociados de acceso a la universidad.
Una bocanada de ilusión, una fuente de esperanza era la firmeza de carácter (en inglés, grit). ¡Paraíso del esfuerzo! era el lema político. Y la firmeza de carácter pudo haber sido el fruto. En ella no cesaban dos dimensiones separadas: la perseverancia en el esfuerzo y la consistencia del interés de los estudiantes. Ambas dimensiones descritas y compuestas por declaraciones en número variado servían fácilmente para componer escalas de autoinformes o reflejaban la persona como un espejo bio-demográfico.
La idea de la firmeza de carácter había engendrado estudios empíricos. Los resultados de esos trabajos se sucedían en todas las direcciones; al hacerlo, se separaban el autocontrol y la firmeza de carácter del estudiante como determinantes de su éxito futuro. La arista universitaria de la firmeza de carácter había que repensarla nuevamente hasta que se engendrase una nueva ave fénix.
Materialismo y pragmatismo del currículo
Había renacido el interés curricular de las materias de los grados universitarios desde las recomendaciones de Bolonia. Y ese acontecimiento había reverdecido el pragmatismo en las Ciencias Sociales.
Por doquier se aludía, en ráfagas de competencias de asignaturas y grados, a la versión realista de la reflexividad en la filosofía pragmática; y la indagación social participaba del realismo reflexivo escuchando las consecuencias de la exploración sobre la vida.
En el reino de las teorías contemporáneas algunos clamaban que un nuevo materialismo enfatizaba la discusión entre el realismo y el constructivismo para dominar el conocimiento del mundo.
Se iluminaba de nuevo el realismo en las prácticas de las asignaturas y en el practicum de los grados. Se modernizaba la reflexividad para que la experiencia en el aula de los centros educativos, empresas, situaciones sociales tuviera acomodaciones según transacciones y respuestas en el espacio-tiempo.
Las interacciones plurales de las redes actuaban sobre los actores. Esa nueva teoría involucraba redes heterogéneas que no tenían fronteras y que representaban fenómenos y efectos políticos, sociales y económicos más allá de la actividad humana. La realidad se interpretaba en la práctica y se representaba en múltiples y complejas realidades.
La oquedad de la realidad no existía en la reforma curricular o evaluativa de los grados. ¿Qué constituía la entidad de los grados? ¿Cuál era la realidad de las evaluaciones de las titulaciones? Bajo qué proceso socio-material de acreditaciones profesionales se estaban perfeccionando las redes de relaciones humanas?
Las historias humanas estaban entretejidas. Muchas realidades competían entre sí, como en un grado de máster, donde las políticas de las áreas de conocimiento habían propuesto un cosmograma con funciones evaluativas y créditos repartidos sin que hubiera mediado suficientemente el cuidado y la precaución.
Coordinación para la facilitación del desarrollo profesional docente
La riqueza de acontecimientos políticos estaba insensibilizando la universidad en temas como el acceso a los estudios, ayudas o líneas sostenidas de investigación. Se advertían fenómenos sociales, políticos y económicos en la realidad que humanizaban y deshumanizaban la universidad.
Pasaban cosas de competición humana en la selección del profesorado. Y sin embargo el profesorado tapaba su vacío de aprendizaje en marcos de colaboración de grupos de investigación donde residía una anónima, las más de las veces, voluntad vital de facilitación de la práctica.
Pero la figura de facilitador era un sueño institucional. Desterrado de cualquier nombramiento en la comunidad universitaria, no se estudiaba ni su rol ni su funcionamiento en el campus. Y sabíamos que su único paraíso era la avidez de apoyar a los demás colegas con su capacidad intelectual, coordinar procesos en el tiempo y en el espacio y organizar eventos de mejora grupal.
La facilitación parecía una honra profesional. En la antigüedad había hombres virtuosos que se entregaban a los demás. La exaltación de la conciencia de que cada uno debía extraer de sí su propia vida era un lema de la facilitación grupal.
Quizá los atributos y destrezas de un facilitador fueran tan numerosos (conocimiento de la personalidad, dinámica de grupo, diagnosticar y escuchar, conciencia de los valores y postulados éticos de la profesión, empatía y cuidado, etc.) que a lo mejor no se prodigaba mucho en la realidad porque solo existía en el papel.
Más, ¡qué vacía era esa comprensión de un facilitador para las autoridades académicas y las agencias de evaluación que no lo exprimían para la transformación profesional de jóvenes becarios, ayudantes y asociados! Y sin embargo, reclamaban en los principios de gobierno el movimiento de la comunidad universitaria siguiendo una agenda de aprendizaje organizativo que afectase a todos por igual.
Tiempos y fuentes de retroacción
La retroacción era una forma de orientación. Una guía que perpetuaba la visión de las cosas o modificaba el conocimiento de las mismas. La pasión de informar de algo a una persona sucedía cuando ésta tenía infinita sed de conocimiento sobre lo que había hecho.
Distraída la persona (estudiante o profesor) sobre los resultados de las pesquisas, los manejos de las aplicaciones informáticas que le afectaban la vida cotidiana, las piezas curriculares que ensamblaban la práctica de la carga docente, los efectos de la retroacción eran sorprendentemente neutrales o negativos.
Si el dominio fuera la enseñanza en línea de las materias de un grado, el efecto de la retroacción estaría considerada de menos valor porque había llegado el momento en que todos los agentes de los procesos de enseñanza-aprendizaje estaban familiarizados con el vocabulario anglosajón para comprender el funcionamiento de los dispositivos inteligentes, aunque desconocían el desarrollo de los algoritmos que los hacían funcionar.
El facilitador en su afán de informar a alguien sobre algo llegaba a provocar un efecto negativo si en lugar de centrarse en la tarea lo hacía sobre la persona. Podía incluso desmoronarla.
La retroacción después de un examen a un alumno; la retroacción tras la lectura de un borrador de un artículo de un colega, o simplemente el conocimiento de la verdad sobre algo requería comprender la reacción afectiva en el otro que interfiriera en el aprendizaje.
Aunque controvertidos eran los efectos de la temporalización de la retroacción, la amenaza para el sujeto crecía si la retroacción era contigua a la acción, aunque el beneficio provenía igualmente de la inmediatez.
La fuente de la retroacción (persona o máquina) brindaba otra polémica. Algunos resultados apoyaban la retroacción vía ordenador. En esa posición decaía la dependencia de la retroacción. Los sujetos no necesitaban las personas para no sentirse solas ante los efectos de las acciones. La virtud aséptica del ordenador cegaba la fidelidad a la persona.
Estas cuatro aristas universitarias eran nuevos filamentos ásperos que cubrían sin avergonzarnos la cáscara del edificio universitario.
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