Llenaban los estudiantes hojas de solicitudes para el nimbo del empleo que no coronaban sus cabezas. Mientras, el profesorado, perturbado por las normas y renglones de publicaciones que tenían que cubrir para cualquier solicitud de transformación académica, se afanaba en buscar revistas de “impacto” donde glosar sus anhelos de investigación.
Se simulaba la identidad, se fingía la innovación, se acabó el sosiego.
