Declaraciones boloñesas y cascarones.
Las ideas y trayectorias universitarias desarrolladas a partir de las declaraciones boloñesas han sido aparentemente cascarones. Han cubierto la piel de los acuerdos europeos para que docentes y estudiantes no se cuelguen sin trabajo en los países de la Unión Europea.
Los sucesivos convenios en las cumbres y conferencias para la convergencia enronquecieron la educación superior, pero las quejas de las titulaciones y los llantos de los egresos resuenan en la concha agria, porque no han roto la capa resistente que envuelve el fruto seco del empleo.
La túnica de la armonización de las enseñanzas universitarias es endeble y no envuelve por igual el bienestar social de los ciudadanos. La inmensa huella de la organización de los créditos académicos del European Credit Transfer and Accumulation System (ECTS) oculta la honda y dura carga docente del profesorado universitario por falta de reposición en las plantillas.
Los créditos, muchos teóricos y pocos de aprendizajes experienciales, son una cubierta del rendimiento académico, un envoltorio de la categoría y clasificación de un curso, en fin, el embalaje de la graduación de los estudiantes que se celebra como acto de despedida académica en las facultades en estos días. Bajo la cubierta de los créditos se sitúan los registros evaluativos, confidenciales, que son auténticas credenciales del derecho estudiantil como sombras recostadas en ficheros y portafolios.
El prieto cabestrillo de los suplementos a los títulos tapa el ojo del aprendizaje de los estudiantes y nos ofusca con la movilidad y ocupabilidad que envuelven los anexos de las titulaciones. Mientras, se asume que las cortezas de los créditos de los países de Unión Europea ofrecen una información más accesible y comparable, que las fibras vegetales que envuelven los créditos son transparentes y que la interpretación que se hace de las notas son correctas, igualando en dureza una corteza con una cáscara.
La vana gollería de la integración plena del egreso en el mercado laboral añade sabor cítrico a los profusos sistemas de garantía de la calidad instaurados en los países que se quedan en raspaduras de piel de grados y titulaciones. Sistemas de garantía que suenan a sombras en las visitas de las comisiones evaluativas a los centros universitarios, resuenan con un plácet en los informes de verificación, o cubren con relámpagos luminosos en el papel ciertas liturgias sobre la colaboración interinstitucional.
Luego, soplan solitarios otros planes, un día brota la solicitud que hace la CRUE de la prórroga de la PAU, otro día el CDTI inspira la creación del Consejo Europeo de Innovación, que éste ha consensuado con el SEIDI como posición española. Siglas y más siglas de órganos que pertenecen a un caracol de sombras (Horizonte 2020) que los habitantes macerados del aula desestiman y huyen.
Diecisiete años desde la firma de la Carta Magna en Bolonia y el diente del empleo rebusca en empresas algo más que la equivalencia de materias o títulos. Tampoco las sensibles becas Erasmus, Commet, Lingua, Socrates y Leonardo, como si fueran cáscaras confitadas, se han sumergido en entornos socio-económicos azucarados de desarrollo para evitar que el paro pudra la esperanza en una titulación, a pesar de la inversión dineraria nada despreciable de sus presupuestos.
La prometedora excelencia de las investigaciones no traduce la prosperidad en goce de ánimo en el profesorado acosado por la masificación en la enseñanza de ciertos grados que no han impuesto numerus clausus. La doble titulación a destiempo de ciertos grados ha movilizado a facultades y universidades a aplicar normas limitadoras que terminan, como viento invernal, enfriando oportunidades de estudio y formación de los estudiantes.
Entre un empresario y un cuerpo docente universitario, o entre un centro tecnológico y una entidad pública el dinamismo del conocimiento no tiene igual competitividad. Un representante de los empresarios anuncia que un puesto de trabajo ya no es definitivo para nadie en este siglo mientras que un recién egreso quiere hallar trabajo y proteger la resiliencia de las infraestructuras críticas del conocimiento. Los centros tecnológicos doblan la vigilancia de las patentes y las entidades públicas se encelan con la inclusividad y las cotas de cohesión social. Enfrentamiento de contrarios porque esa es la política, rutina vitalicia porque así languidecen las instituciones y encogimiento de hombros como el algodón porque esa es parte de la idiosincrasia de la sociedad civil.
La transformación de la economía europea ni es más sostenible ni se ha modernizado el bienestar social o el de los sistemas educativos. La Cumbre de Lisboa de hace dieciséis años no quisiera que fuera otro cascarón o huevo de confeti, hueco, llenado de festividad política o con pequeños cambios en la epidermis educativa. Y así, otro celebrado en Praga hace quince años que impulsó un mecanismo de la certificación y la acreditación universitaria, que algunos docentes han mordido exitosa o frustradamente la dura cáscara para transformar un estado administrativo y acceder o progresar a puestos universitarios desde la celda madura del funcionariado al fruto en el camarote de la cátedra.
El concepto de competencias parecía una lluvia fina que iba a calar en las titulaciones. La cumbre de Jefes de Estado en Barcelona hace catorce años respaldaba las raíces del aprendizaje a lo largo de la vida, que se cantaron de nuevo para pasar el tiempo o para no perder el miedo al vacío. Y ahí están las competencias en los brazos de las programaciones de materia, en la inercia de los proyectos de grado y en la honra de los diplomas que hermanaron los procesos de la Sorbona, Bolonia y Praga.
Así, erguido sobre la marcha, el grano de la infancia boloñesa sigue creciendo y la mies se expande para atraer estudiantes extranjeros con programas de Erasmus+ y un currículum vítae estándar (Europass).
No seré huésped de nuevos cambios. No sé si podré contemplar si el color áureo mate de las declaraciones boloñesas se hace bruñida y repujada plata de cascarón para soportar la peana sin respiraderos de futuros acuerdos europeos.
(Como ampliación de este post, lea la primera lección del minicurso de Olga M. Alegre y Luis M. Villar titulada:
¿Qué significa Convergencia Europea en Educación Superior?)
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