¿Implanta destrezas de «pensamiento crítico” en la instrucción?
Huber y Kuncel (2015) cuestionan que las facultades y escuelas universitarias inserten destrezas de pensamiento crítico en la instrucción de las ramas de conocimiento y en el currículo de las titulaciones arguyendo en contra de la “inversión de tiempo y recursos adicionales para la enseñanza del pensamiento crítico en un dominio general”. Su metaanálisis, no obstante la acotación anterior, sugiere que los estudiantes mejoran sustancialmente el pensamiento crítico durante su carrera en la universidad.
Lo esencial del argumentario de esos investigadores es comprender cómo el pensamiento crítico evalúa el pasado de la enseñanza de destrezas estudiantiles en dominios generales (por ejemplo, lógica razonadora) y valora el porvenir de las disposiciones actitudinales para la acción práctica. En efecto, las intenciones de hacer algo y estar preparado para ello es como sentirse en lo alto de un valle respirando un aire tenso en un recóndito equilibrio entre pensamiento crítico y actitud.
Supongo que esa postura intelectual debilita la evaluación de destrezas de dominio general y recurre a la estimación de competencias específicas que se disuelvan en la atmósfera propia de las ramas de conocimiento y de las titulaciones universitarias, hasta que aquellas cristalicen en altas tasas de empleo de estudiantes.
La actividad laboral de los egresados universitarios ha sido siempre la verdadera meta y auténtica contraseña de las instituciones universitarias y el movimiento que permite distinguir la excelencia de la retórica de los programas políticos, sean estos nacionales, de las comunidades autónomas o de las propias universidades.
Los puestos de trabajo en la vida social se inician como un desprendimiento de la inspiración universitaria. La reciente encuesta de Inserción Laboral de Titulados Universitarios 2014, publicada el 22 de diciembre de 2015 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), contempla la transición de la Universidad al mundo laboral de la cohorte de titulados universitarios del curso 2009-2010.
Desliza el informe ideas y cifras esclarecedoras y discordantes sobre atributos demográficos de los estudiantes en ambientes universitarios. Así, la “rama de conocimiento de los titulados en 2010 que presentó una mayor tasa de empleo en 2014 fue la de Ciencias de la Salud (81,3%), seguida de Ingeniería y Arquitectura (80,8%)”. Difícilmente se pueden encontrar porcentajes más agudos y densos. O sí: para este mismo periodo de tiempo, el porcentaje más discordante y afilado fue la medida del paro que acompañó, como una enfermedad de la cultura moderna, las ramas de Artes y Humanidades (28,0%) y Ciencias (24,1%), a pesar de que los estudiantes de Filosofía elaboran más pensamiento crítico y potencias del espíritu que otros colegiales.
Mientras, las divergencias entre las respuestas de los estudiantes sobre las titulaciones fueron abultadas: 24,7% de los licenciados en Criminología indicaron que la titulación les sirvió para colocarse, y en el extremo opuesto, 97,6% de los estudiantes de Telecomunicaciones opinaron que aprovecharon la carrera para colocarse. En una lectura poética, la vena de agua académica riega el país de trabajo desigual: refresca superficies profesionales pero beneficia pocas plantas y ocupaciones asalariadas.
Bien es cierto que una evaluación del pensamiento crítico no justifica las diferencias entre unas y otras ramas de conocimiento o entre titulaciones universitarias. Pero, ¿se puede declarar que el pensamiento crítico está declinando su presencia en el currículo e instrucción de las ramas de conocimiento y de las titulaciones de las escuelas y facultades? ¿Qué tiene el pensamiento crítico de “estado de razonamiento” que deslumbra jubiloso pero no transforma el mundo? El orden del concepto pensamiento crítico es un aparente desorden de significados.
Definición imprecisa del término pensamiento crítico
La multiplicidad de definiciones de pensamiento crítico es la alegría de la sorpresa que cede la unción a cada autor: unos intelectuales juegan con la edificación del tiempo: los pensadores críticos miran el futuro, razonan y se orientan a metas; usan una composición de pensamiento dividida en estrofas de solución de problemas, que formula inferencias, calcula probabilidades y toma decisiones. Este espíritu crítico ordenador de la naturaleza – y en ello coinciden autores – somete a perspectiva los objetos, validando posición, volumen y situación hasta decidir qué hacer con las cosas como ojo observador.
Todo pensador crítico encarna de forma simbólica aspectos de la condición humana que altera sus verdaderas cualidades y les da más valor de las que tiene en realidad, confundiéndolo con un experto que ejecuta una actuación de índole superior. ¿Pero no es también la inteligencia la capacidad embriagadora de la mente para comprender el mundo que rodea a un individuo y los recursos que brotan de la salud del espíritu para copar con los desafíos del mundo?
El pasmo de la dificultad de mantener una definición, la queja de la complejidad de los términos de referencia, la limitación de la producción, el asombro de la abstracción, la adaptación intuitiva a la meta, el valor social, la emergencia de situaciones singulares … son acciones o actividades ante las cuales un formador y pensador crítico espera, como dormido, balbuceando entre sueños, una concentración de energía, que debe depositar en las ramas de conocimiento, en el currículo de las titulaciones y en la instrucción de clase.
Pero no todos – profesores y estudiantes, por igual – de las ramas de conocimiento y las titulaciones ofrecen resistencia a fuerzas emotivas que alientan presentimientos de desesperanza. En ellos pervive la convicción de que los tests existentes sobre pensamiento crítico miden aspectos de la disposición actitudinal, pero no toda ella.
Medición del pensamiento crítico
La medición del pensamiento crítico indica desde el principio que no tiene valor predictivo para todos los trabajos y competencias laborales, reduciéndose a un campo finito de destrezas con las cuales se adoptan determinadas decisiones. Hay investigadores – Kuncel (2011), entre otros – que han recopilado y analizado la validez de cuatro medidas del pensamiento crítico y sus correlaciones con el individuo y los resultados. Además, se han creado pruebas específicas para los campos de la Salud, Derecho y Económicas, que son visibles presencias delatadoras del interés de las titulaciones por la evaluación del pensamiento crítico y de la disposición actitudinal.
Otro test de amplia difusión en la estimación de varios sectores de la educación superior es la Evaluación del Aprendizaje Colegial de composición abierta (a diferencia de las pruebas de opción múltiple) que mide las destrezas de razonamiento analítico, pensamiento crítico, solución de problemas y comunicación escrita, y que aporta entre otras características información en términos de valor añadido. Esta información es importante porque anuncia cuando los estudiantes de las instituciones universitarias lo están haciendo igual, mejor o peor de lo que cabría esperar según el nivel de las competencias demostradas a la entrada en la universidad.
¿Captan todas las destrezas de pensamiento crítico la misma información de una persona? o ¿serían distintos los resultados si se hubieran medido la inteligencia y la personalidad de los mismos sujetos? o ¿cómo se puede atribuir la falta de pensamiento crítico global a profesiones para las que se requiere un alto grado de destreza en el diagnóstico, como las titulaciones de medicina, enfermería o veterinaria, o se puede imputar el fallo en el diagnóstico en esas profesiones a la ausencia de experticidad en la práctica? Son incógnitas que no se pueden desvelar en breves líneas y cuyos extremos no están en mi mano.
En fin, tras medir tareas reveladoras, significativas; tareas determinantes, holísticas; tareas complejas, difíciles de comprender, los tests, como espejos del pensamiento, surgidos en el movimiento educativo progresista de los años treinta del siglo pasado, continúan evaluando para las personas y las instituciones competencias estudiantiles para una visión de qué y quiénes somos en el siglo XXI.
Intervenciones instructivas que afectan el pensamiento crítico
El impacto del pensamiento crítico en la enseñanza de una materia de una titulación queda suspendido en el aire cuando forma parte del listado de objetivos del programa como un verso suelto. Como si la naturaleza se hubiera detenido en el papel, o silenciado en una página web, sin que hubiera observaciones de las cosas y de los seres como parte de la cultura y sociedad, del tiempo y la historia en una materia o titulación. Prefiero que un profesor hable de vida práctica social en el aula que de literatura pedagógica, sin esquivar que la ambición docente es hacer de la literatura vida.
La formación inicial del docente novel o los talleres de desarrollo profesional docente universitario sobre solución de problemas no rutinarios, pensamiento sistemático y pensamiento crítico compendian el movimiento de las destrezas cognoscitivas que hay que poner en acción.
Cuando esas habilidades se acompañan de otras destrezas interpersonales (comunicación compleja, destrezas sociales, trabajo en equipo, sensibilidad cultural, atención a la diversidad) e intrapersonales (autogestión, gestión del tiempo, autodesarrollo, autorregulación, adaptabilidad, y funcionamiento ejecutivo) el resultado es una intervención pedagógica de máximos: la excelencia, donde la disposición actitudinal por la enseñanza inicia su prioridad y cesa la duda y la ausencia de intervenciones.
La comunidad de pensamiento crítico se mueve en las olas y datos quebradizos del mundo laboral; no es espuma transportada por la ola de la moda, sino transformación de avatares nefastos de la vida profesional en fastos aprendizajes en las titulaciones.
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