CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

La profesionalidad en Pedro Simón de Vicente Rodríguez. In memorian

 

La trayectoria humana, intelectual y moral de Pedro S. de Vicente tenía en la memoria de lo vivido en la escuela la génesis de su apasionada y continua vocación docente. Los embates de la realidad universitaria elevaron la responsabilidad de enseñar e investigar a la categoría de profesión que caracterizó toda su ética académica, en la que la memoria y el recuerdo eran inseparables de la calidad que transformaba la experiencia de los estudiantes.  Su tramo de vida universitaria tenía evocaciones del laberinto de su memoria docente. Cuando se distanciaba críticamente de lo experimentado en la escuela venía en su apoyo la imaginación para hacer verosímil y atractivo el entramado de la facilitación del autoestudio a los demás. En su lenguaje escrito utilizaba la palabra precisa para dar cuenta de lo vivido y explorado, de lo salvado de la ruina del tiempo. Construyó su conocimiento profesional de la educación a partir de sus propias vivencias para transmitir una herencia intelectual a la juventud. Noveló parte de su biografía para transferir su legado ético a estudiantes de todos los grados. Los episodios publicados en artículos de investigación enriquecían su herencia pedagógica y ampliaban los límites del conocimiento de su historia personal. Reescribía su herencia pedagógica porque su cultura universitaria se apoyaba en una reinvención de las culturas de actuación que subsumían la calidad de la docencia, los resultados de aprendizaje de los estudiantes y las expectativas que la sociedad había puesto en la innovación. El hilo de la responsabilidad docente iba más allá del contrato con la sociedad mostrada en tasas, estándares o cifras interpretativas de avances. Sus obligaciones respondían igualmente al intrincado laberinto de practicar la autorregulación para satisfacer las cambiantes metas institucionales de su universidad. Su singularidad constructiva se subordinaba a la responsabilidad, haciendo de la reflexión el centro de su escritura toda ella traspasada de comunicación y evaluación a los estudiantes para asegurarles el verdadero espacio del progreso cognitivo, intelectual y moral. Era Pedro S. de Vicente un agente moral con una impecable conducta, que realizaba con honradez, equidad y meditación. Como formador ayudaba a los estudiantes de todos los grados académicos a construir un carácter que se expresaba en el respeto a los demás, la autodisciplina, el lenguaje de la realidad humana responsable que ponía la fuerza lírica en la paciencia investigadora y en el número exacto. Profesor de destrezas, inteligencia y experiencia poliédrica en las áreas de enseñanza infundía en los miembros de su equipo de investigación códigos éticos en las tareas para beneficio de estudiantes y la sociedad. Su voluntad hermenéutica era continua sobre el estatus de la profesión y su autonomía, sobre la calidad del servicio universitario y su mejora, y sobre el autocontrol que hundía sus raíces en la ética de la dignidad personal. Este era su baremo bajo el cual quería que se evaluaran sus acciones a lo largo de la vida. Pedro S. de Vicente convirtió la responsabilidad en su rol docente, en una capacidad de replanteamiento global de lo sentido y actuado, en una profunda meditación de los límites y ambigüedades de las competencias docentes. En nuestras relaciones personales y académicas practicamos la autonomía de pensamiento como código de conducta en numerosas intertextualidades discursivas sobre el desarrollo profesional docente, liderazgo, conocimiento y competencia, evaluación, organización de centros escolares, vida universitaria, reflexión curricular, etcétera, que remitían a una muy sugestiva imagen de Pedro S. de Vicente como un investigador y un escritor admirado que puso claros en la espesura de la educación.

Luis Miguel Villar Angulo

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